Luego de recibir la medalla y las felicitaciones de su entrenador y sus compañeros de equipo, se dirigió a sus amigos. Uno de ellos le preguntó: Podíamos ver tus labios moverse pero no podíamos escuchar lo que decías. ¿Qué estabas murmurando?.
Un joven hombre estaba corriendo una carrera y se percató de que cada vez quedaba más atrás de los demás competidores. Sus amigos lo alentaban desde las líneas laterales, pero parecía que esto no surtía efecto. Sin embargo, de repente, sus labios comenzaron a moverse con regularidad, sus piernas incrementaron la velocidad, y para sorpresa y aliento de todos los espectadores que estaban viendo la carrera, comenzó a pasar uno por uno a sus competidores… ¡y ganó la carrera!
Luego de recibir la medalla y las felicitaciones de su entrenador y sus compañeros de equipo, se dirigió a sus amigos. Uno de ellos le preguntó: Podíamos ver tus labios moverse pero no podíamos escuchar lo que decías. ¿Qué estabas murmurando?.
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No hay dudas de que todos hemos oído alguna vez la frase: Hablas tan fuerte que no puedo escucharte. Un viejo poema confirma que el buen consejo de medir tu lengua ha sido dado prácticamente por toda cultura, raza o tribu.
La invertebrada lengua, tan pequeña y débil, puede destruir y matar, declaran los griegos. La lengua destruye las más grandes hordas, afirman los turcos, como una espada. El proverbio persa dice con sabiduría: ¡Lengua larga, muerte temprana!. Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo: “Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones”. Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra y así curar al asno. Cuentan que aquella noche era especialmente fría en el desierto. Abdalá montó su pequeña tienda de campaña, tan pequeña que apenas cabía él acostado. Se despidió de su camello, llamado “Indecisión”, acariciándole la cabeza, pero dejándolo fuera, y se dispuso a pasar una noche tranquila y reparadora.
Apenas había conciliado el sueño cuando el camello lo llamó con voz suave, pero insistente. “Déjame meter la nariz en tu tienda, hace mucho frío y la tengo completamente helada…” Abdalá, que era un hombre bueno, accedió a la petición. |
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