En otros casos dedicaban el tiempo de clase a estudiar a Buda, a Confucio y a Mahoma... y ni tiempo les quedaba para aprender los mandamientos de la Ley de Dios.
Cfr. J. Azcárate Fajarnés, A evangelizar de nuevo
Tampoco hace falta ir tan lejos -a Nueva York, como en la anterior anécdota- para descubrir situaciones de escasa enseñanza religiosa en clases de religión. A un sacerdote de parroquia de ciudad española le llamaba la atención la ignorancia supina de los chavales; en general no habían pisado una catequesis, ni la iglesia, desde la época de la primera comunión. Intentó hacer una cierta labor formativa, pero encontró en los muchachos una actitud más bien contraria; lo curioso del caso es que argumentaban, para no acudir a la catequesis que se les ofrecía, que ya tenían clases de religión en el colegio. ¿Pero cómo eran tan ignorantes? La respuesta a este interrogante se la ofreció uno de los chicos, cuando le preguntó por qué estaba tan contento el día en que había clase de religión. No es que fuera una asignatura amena: -No. Lo que pasa es que le armamos tanto jaleo a la profesora de religión, que enseguida se pone histórica y se va llorando. Y de esta forma tenemos una hora más de recreo. En otros casos dedicaban el tiempo de clase a estudiar a Buda, a Confucio y a Mahoma... y ni tiempo les quedaba para aprender los mandamientos de la Ley de Dios. Cfr. J. Azcárate Fajarnés, A evangelizar de nuevo
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