-¡Oh, madre buena, no te inquietes, por amor de Dios; haré ahora enseguidita lo que necesitas...!
Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia
Fuente: ANÉCDOTAS Y VIRTUDES, III. JULIO EUGUI
En la Siena del siglo XIV hay un hospital de San Lázaro, que acoge en su interior a varios enfermos de la terrible lepra. Allí yace una pobre mujer, muy enferma; se llama Tecca. Nadie la cuida; más bien la evitan. Pero acude en su ayuda Santa Catalina, la acaricia, la lava, le da de comer, y la mujeruca, que no sale de su asombro, se deshace en agradecimiento. Catalina vuelve un día y otro, siempre con los mismos cuidados, con la misma delicadeza, pero Tecca se va acostumbrando, y le nace una especie de hábito por el cual le parece natural que la joven la sirva; y del hábito pasa al derecho, como si la joven estuviera obligada a hacer lo que hace: por ello le empieza a exigir fidelidad en el horario y entrega plena. Y luego avanza un grado más, y comienzan los celos. Si Catalina se retrasa un día por estar un poquito más de tiempo en la iglesia, Tecca se enfada y se lo afea. Pero Catalina responde con mansedumbre: -¡Oh, madre buena, no te inquietes, por amor de Dios; haré ahora enseguidita lo que necesitas...! Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia Fuente: ANÉCDOTAS Y VIRTUDES, III. JULIO EUGUI
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