Procede del relato de un sacerdote capellán castrense. Asegura este hombre que en diversas ocasiones se vio en la circunstancia de atender a soldados moribundos en pleno frente durante la guerra, y que, además de dar los últimos sacramentos a los que lo deseaban, no pocas veces tuvo sus cuerpos heridos entre sus brazos mientras les decía palabras de consuelo para animarles en ese trance duro. Y las palabras que con más frecuencia escuchó de los labios de los heridos, en medio muchas veces del delirio de la fiebre, en la oscuridad de la noche, eran: "Madre, madre mía". A la hora de la muerte pensaban en el ser más querido y lo echaban de menos. Es dulce morir pensando en Santa María e invocando su nombre de Madre. En el Avemaría le pedimos que se acuerde de nosotros precisamente en ese trance: "ahora y en la hora de nuestra muerte".
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